Una pared de una cueva, iluminada con la luz las llamas.
Una tumba para un rey similar a una dorada duna para un dios.
Puede ser un faro que ilumine todo un océano.
O la búsqueda de Dios hacia arriba, siempre hacia arriba, con torres y pináculos que rompan el cielo; porque abajo ya no nos queda nada.
¿Qué es lo que condiciona al hombre a crear un mundo a su alrededor, plasmándose a sí mismo en su obra?
Me gustaría hacer dos distinciones respecto al hábitat que podemos atribuir, según mi parecer, al ser humano: por un lado, la naturaleza misma que rodea a cada cultura, y por otro, el arte en el que nosotros mismos nos envolvemos; estos dos condicionantes son las mayores influencias que nosotros, los humanos, recibimos. Ése es nuestro medio.
Debemos entender como “naturaleza que nos rodea” a absolutamente todo, no sólo el paisaje propiamente dicho, sino también el olor, el color, incluso la luz, diferente de un lugar a otro por la inclinación de la Tierra. Este tema de la luz es bastante interesante, y me gustaría pararme un momento sobre él, citando a un pintor francés, Camille Corot: éste fue un paisajista del XIX que, en su primer viaje a Italia, se sintió fascinado con la luz italiana, más específicamente, en la luz romana. La buscó y la plasmó en todos los cuadros que realizó durante esa época, creando verdaderas ilusiones lumínicas sobre sus lienzos. Pero es aquí donde nos detenemos: ¿la luz romana?
¿Acaso la Ciudad Eterna tiene una luz diferente al resto del mundo?
Por supuesto. ¿No es obvio que todos los lugares, todas las culturas, tienen una luz diferente, un color diferente, hasta incluso un olor diferente en el aire, por muy tenue que sea? ¿Y no es de esa manera indiscutible todo ello nos condiciona a tener un modo de vida concreto, unas actitudes específicas, así como un espíritu diferente?
Mirad a vuestro alrededor. Oled el aire. ¿Sentís el color?
Por otro lado, está el arte que rodea a todo individuo, toda ciudad, toda cultura.
Un arte creado por nosotros, destinado para la sociedad del momento, pero al mismo tiempo con el espíritu de eternidad que posee toda catedral, obra pictórica, monumento funerario, sinfonía o bestiario. No podemos negar que siempre hemos considerado estas obras como reflejo de nosotros mismos, con un doble sentido de documento de la misma índole. Un documento con valor eterno.
Vivimos entre espejos de los hombres que caminaron por la misma tierra que nosotros.
El Viejo Mundo se desarrolla actualmente entre teatros griegos o romanos que hablan de belleza, idealismo, pureza de las formas.
Catedrales que recrean una Jerusalén Celestial, un Dios como luz universal, que glorificaba a los puros pero arrojaba a los impuros al terrible Leviatán de Satanás. ¿Qué siente un individuo actual al entrar en la Saint Chapelle de París, con muro de 2m y, el resto, coloreadas vidrieras colosales? ¿No camina acaso por el misticismo de San Agustín? ¿No siente esa idea perdida de “y Él hizo la luz, y vio que era bueno”?
O Palazzi renacentistas, formados en blanco mármol y decorados con monumentales esculturas del mismo y resplandeciente material, susurrando acerca de nuevos ideales, de la búsqueda de la perfección, la nueva estructura social, la ruptura con su antecesor medieval. Qué grandeza.
Edificios barrocos ahora usados como Universidades, o neoclásicos museos que albergan ilusiones románticas, pinceladas impresionistas, y siglos y más siglos de historia visual, junto con esculturas que antes alegraban los palacios de la burguesía.
Auditorios modernistas donde se escuchamos la maravillosa Novena, ballets rusos u óperas, donde la Reina de la Noche cantará para nosotros, con armonías que sitúan el principio de su árbol genealógico en la música de las esferas.
Por las calles se representan los mitos antiguos, y en los teatros Romeo y Julieta juran su amor eterno en el balcón; en días de verano como hoy, Pablo Neruda escribe los versos más tristes esta noche.
Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre; el Viejo Mundo aún palpita bajo la Tierra.
Y es absolutamente inevitable llenarse los pulmones de aire, al igual que dejar que corra la sangre por tus venas; es imposible no sentir la luz.
Soy todo esto, soy todos ellos; soy como el Cielo, la Tierra y el Infierno por los que camino.
Éste es mi cuerpo. Ésta es mi sangre .Amén
Perspectiva
Porque Perespectiva no es un grupo de personas , sino la palabra misma.
Pero si miento que me den sangre de ardilla blanca, y que las nubes se congreguen en el cuenco de mi mano mientras pelo una manzana.
Pez soluble, manifiesto surrealista..
Pero si miento que me den sangre de ardilla blanca, y que las nubes se congreguen en el cuenco de mi mano mientras pelo una manzana.
Pez soluble, manifiesto surrealista..
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